96 AÑOS, DESPUÉS DE TANTO

 96 AÑOS, DESPUÉS DE TANTO

Desde su fundación en 1929, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido un actor central en la vida política de México. Durante gran parte del siglo XX, no solo moldeó la estructura del Estado moderno, sino que también protagonizó algunos de los episodios más trascendentales del país. Sin embargo, su hegemonía ha dado paso a una crisis de identidad y representación que cuestiona su viabilidad en la vida pública contemporánea.

Un partido nacido para la estabilidad, en 1929, el entonces presidente Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con el fin de institucionalizar la Revolución Mexicana y evitar que los conflictos entre caudillos pusieran en riesgo la estabilidad nacional. En palabras de Calles, era el momento de transitar de un “país de caudillos” a un “país de instituciones”.

Bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, el PNR se transformó en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938, incorporando sectores sociales clave como el obrero, el campesino y el popular. Finalmente, en 1946, adoptó su nombre actual: Partido Revolucionario Institucional (PRI), consolidándose como una maquinaria política capaz de garantizar la continuidad del poder y la gobernabilidad.

Durante sus décadas de dominio, el PRI impulsó un proyecto de modernización y crecimiento económico conocido como el “desarrollo estabilizador” (1954-1970). Bajo este modelo, el país experimentó un crecimiento sostenido superior al 6% anual, con bajos niveles de inflación. Además, el partido fue responsable de la creación de instituciones fundamentales, como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en 1943, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) en 1959 y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en 1937.

En materia educativa, el PRI expandió la infraestructura y acceso a la educación pública, promoviendo la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y fortaleciendo a instituciones como la UNAM y el IPN. También se implementaron políticas de reparto agrario y subsidios al campo, consolidando un modelo de desarrollo centrado en la intervención del Estado.

El largo periodo de hegemonía priista también estuvo marcado por prácticas autoritarias, represión y corrupción. El partido estuvo involucrado en episodios como la matanza de Tlatelolco en 1968 al mando de Marcelino García Barragán, y el fraude electoral de 1988 orquestado por Manuel Bartlett, donde la “caída del sistema” impidió la victoria del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.

A partir de la década de 1980, el PRI comenzó a perder el control absoluto del Estado. La crisis económica de 1982, que llevó a la nacionalización de la banca, marcó un punto de inflexión en su modelo económico. La transición al neoliberalismo con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 reconfiguraron la estructura económica del país, pero también acrecentaron la desigualdad.

La derrota de Francisco Labastida ante Vicente Fox en el 2000 representó el fin de la era priista en la presidencia. Doce años después, Enrique Peña Nieto logró devolver al PRI al poder, pero su gobierno estuvo marcado por escándalos de corrupción, violencia e impunidad, como el caso de Ayotzinapa en 2014 y los desfalcos de gobernadores priistas como Javier Duarte y Roberto Borge. Como consecuencia, en 2018, el PRI sufrió su peor derrota histórica, obteniendo solo el 16% de los votos en la elección presidencial.

Hoy, el partido enfrenta una crisis de identidad y representación. Con menos gubernaturas y una presencia disminuida en el Congreso, su rol en la vida pública es cada vez más marginal. Sin embargo, su capacidad de adaptación podría permitirle reinventarse como un actor relevante dentro de las alianzas opositoras, como la coalición “Va por México”.

A pesar de su desgaste, el PRI sigue desempeñando un papel clave en la política mexicana. Su experiencia en la administración pública y su experta estructura territorial lo convierten en un contrapeso necesario dentro del sistema de partidos. No obstante, su supervivencia dependerá de su capacidad para erradicar la corrupción, renovar su liderazgo y responder a las demandas de una ciudadanía que ha castigado su falta de transparencia.

Como dijo alguna vez Jesús Reyes Heroles, “en política, la forma es fondo”. El PRI se encuentra en una encrucijada: o se transforma para recuperar la confianza del electorado o quedará relegado a un papel secundario en la aún corta historia política de México.

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