A la sazón: Bohemia dorada :: Netzahualcóyotl Ávalos Rosas

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“La cerveza es intelectual. Qué pena que tantos idiotas la beban”: Ray Bradbury, en El país de octubre.
El alimento que hoy referimos es una bebida que recuerda el sabor mordaz y profundo de la vida desde un resabio vago y despreocupado… hasta llegar a ser dorado, fresco y liviano. Y cómo no, si es casi agua, aunque con penetrantes esencias mundanas.

Novatamente, a casi nadie le gusta la cerveza ni la verdad. Y es que no es fácil reconocer, y menos paladear, una presencia vital impura; digerir la coexistencia de bacterias que no sólo son necesarias si no hasta benéficas, admitir que la vida contiene a la muerte, que los nacimientos, naturalmente, son violentos; que el amor refiere al miedo, que las semillas se abren paso entre lodo y piedras para llegar a la luz del sol… Mujeres, hombres… y las cosas descompuestas que hay entre ambos, deberían estar al corriente de estas veritas y brindar por la salud.

Hubo una vez que la historia bebió un punzante trago medieval. Fue cuando los monjes y el alcohol salvaron a Europa. La polución invadió las aguas. La gente moría de peste y deshacía en purulencias por doquier. La promiscuidad y la confusión fluían pero ríos y conocimiento estaban anegados. El universo antiguo se consumía de sed en su propio vomito. Y sin embargo, algo se movía. Los mundos oscuros fermentaban. ¡Los monjes salvaron a Europa! Leyeron antiguas recetas egipcias y sumerias. Se las ingeniaron para recrearlas: artefactos metálicos, semillas, menjunjes, levaduras burbujeantes. El alcohol como efluvio milagroso apartó microbios maléficos del vital líquido. La cerveza fue el prodigio dorado. La ordenanza devota: dad de bebed al sediento. Así fue que niñas, jóvenes, ancianos, y todo buen cristiano, pudieron vivir varios siglos embriagados de caridad.

La primera referencia científica para ubicar la historia de la cerveza fueron unas tablillas cuneiformes del tercer milenio antes de Cristo, encontradas en Mesopotamia. El antropólogo Salomon H. Katz y la arqueóloga Mary W. Voigt, en su artículo Bread and Beer, de 1987, dieron significado a las evidencias. Se trataba de una bebida obtenida de granos de cereal fermentado que “hace la vida feliz y el corazón gozoso”.

Pero mezclas que contienen agua, cereales, panes, frutos y hasta especias, hay en todas las edades, gajes y gajos del mundo. La cerveza tampoco es patrimonio exclusivo de algún país, aunque en Bélgica haya 400 marcas, en Alemania se haga la fiesta con más litros de consumo en el mundo, y cada mexicano beba 62 litros de cerveza anualmente, según la UNESCO.

Dicen que, con moderación, la cerveza es buena para la salud. ¡Gazmoñerías! La cerveza le cae bien a la sabiduría. Punto. El ingrato de Karl Marx lo sabía, por eso prefería remojar sus pensamientos en las tabernas inglesas mientras sus críos padecían penurias económicas. Así es la paradoja de las luces bohemias.

Hoy día la cerveza puede ser tan vulgar o genial como la propia gente. Hay de todas marcas, sabores colores y calidades. Hunter S. Thompson en Fear and Loathing in Las Vegas, ya lo advertía: “hay un antiguo axioma celta que dice ‘la gente buena bebe buena cerveza’. Eso es tan cierto ahora como antes.

Mira a tú alrededor en cualquier bar y dime qué ves: gente mala bebiendo mala cerveza. Piensa sobre ello”… ahora, pienso en las y los mexicanos y en toda esa cerveza en la que nos calamos. La nota, la receta, o el remedio.

La cerveza tiene un alto contenido en vitaminas, sales minerales, antioxidantes, proteínas, fibras, micro-nutrientes, y carbohidratos. Según un estudio realizado en la Universidad de Cardiff (Reino Unido), este extracto incrementa el colesterol “bueno”, mejora la coagulación de la sangre, tiene un alto valor nutricional y favorece la digestión. Bebamos varios tarros diarios. Hidratemos el espíritu con tragos de franqueza.

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Redaccion Indicio Michoacán

Redacción

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