Cirios y pezones A la sazón :: Netzahualcóyotl Ávalos Rosas

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Era el único habitante de ese paraje en el que, cada verano, yo concebía un santuario distemporáneo. Don Gregorio, el anciano que cuidaba la finca que mi padre había adquirido para vacacionar, nos dijo que era un ejemplar que gozaba de dos siglos de vida. No le creí. Me parecía que antes que el cielo fuera azul, su arquitectura había retoñado entre los claroscuros de alguna Edad Media. Era un árbol de limas. Muchos jóvenes morirán sin probar sus frutos.

Imponente en su soledad y en sus cimientes. Se erigía perturbador de entre el tepetate y un montón de canteras de una antigua casona de Santa María de los Altos. Parecía la revancha del Barroco sobre el Neoclásico. Su naturaleza arquitectónica era como el grito de un Inmortal de Borges.

De un tronco prieto, de apariencia ahumada, con sutiles vetas verticales trasparentadas en castaño, el limonero se extendía en ramales abigarrados hasta construir una frondosa catedral. De sus ansiosas cepas se desprendían las ovales hojas que entreveradas con el cielo, y el vértigo de mi entelequia, se configuraron como vitrales de un sueño e-gótico.

Bajo esas bóvedas, mi juventud fue ungida espontáneamente por los influjos de la kundalini, la energía sexual que se trasmuta en ardor creativo. Y extasiado en el aroma de sus flores blancas, que se acopiaban como cirios, imploré convertirme en un hombre del Renacimiento. A sus vírgenes invoqué y se me revelaron en dulces pezones que desafortunadamente no supe saborear. Así fue que a sus pies dejé poesías inmaduras y esculturas nonatas.

El árbol tropical, con ascendencia asiática, no sólo sobrevivió a las frías alturas de una villa veraniega en Valladolid, la antigua Morelia; mucho mejor, se regodeó: de crecer entre las ruinas, de florecer celestialmente, de fructificar voluptuosamente. En cambio, mi juventud se quedó enterrada a sus pies, infértil, inmadura… infructuosa.

Es así que vidas amparadas bajo un buen árbol no siempre llegan a florecer. Y es que no se trata, precisamente, de estar a la sombra sino de aprehender a comer y beber gentilmente del fruto apropiado.
Los árboles de lima, a través de las centurias, se han adaptado a muchos climas y terrenos del mundo, desde el Himalaya hasta Iberia. Son especies que florecen y fructifican casi todo el año a partir del invierno. Pueden progresar con mucha o poco agua; aun en la escasez, extrayendo gran cantidad de nutrientes para luego ofrendar frutos con propiedades rejuvenecedoras y tranquilizantes.

Muchos árboles de lima llegan a ser los más generosos huertos de traspatio. Suelen tener un carácter abnegado e íntimo. Al mismo tiempo viven con lo mínimo y ofrendan una cantidad prodigiosa de frutos. Una lima que se arraiga nunca deja de entregarse con su fragante e icónica sensualidad.

La lima dulce o lima chichona, también conocida como limón de Roma, se distingue por su extremo en forma de pezón, por ser un cítrico de poca astringencia, suma frescura y reconfortante dulzura. -Eso depende…

La nota, la receta, el remedio

¿Comer una lima? puede ser… así como el arte puede ser para todos pero no todos son para el arte. Puede ser dulce o agria. Para extraerle placer hay que abrirla con tacto, suavidad, paciencia. Sin encajar las uñas. Primero se presiona lentamente el pezón hasta que se desprende exhalando su perfume. El resto de la piel se retira comedida y extensamente. Tras desnudarla, es menester abrirla convincentemente por la mitad para dejar apurados sus gajos. Hay que desprender cada uno de ellos, para luego estirar y romper meridionalmente la malla que los contiene. Al final, las medias se retiran totalmente y se dejan sólo los pequeños lóbulos interiores. Listos para disfrutarse absolutamente.

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Redaccion Indicio Michoacán

Redacción

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