¡Leitmotiv! A la sazón :: Netzahualcóyotl Ávalos Rosas

Tardes de vecindario. Espacios que alternan apetito con bullicio popular y calma latente. En ese ambiente rueda, con parsimonia, el antojo vespertino. Su consonancia se escucha a lo lejos mientras te animas a desconectar la televisión y a encender la calle. El sonido se repite, a intervalos disparejos a lo largo de tu barrio… de tu cuadra… de tu banqueta… de tu sistema nervioso. Se escucha con distinta intensidad aunque con el mismo motivo. A veces se extiende, en ocasiones se escucha con mayor gravedad. Luego es más agudo. En chico rato el chiflido tiene el suficiente volumen como para hacer estremecerse tus entrañas y moverte al agasajo. Y es que ¡Ya llegó! ¡Ya está aquí!, pitando a la puerta de tu vivienda.
Mucho antes de que el vendedor pegue el grito, el silbido estridente ya te sopló al oído cuál será la merienda: -¡Camotis! ¡Ca-mo-tiiiiis!- Es un llamado de la costumbre. Un anuncio inconfundible de la penumbra. Un recoveco sonoro en la avenida modernidad. El leitmotiv de un manjar rústico en pleno Siglo XXI.
La maquinita recorre el vecindario nacional con un donaire efímero, etéreo, de vapor. Los niños se abalanzan a sus casas por monedas. El abuelo levanta la mano. El padrote brama: “¡quiero, eso, de cenar!” Algunas mujeres todavía se acomiden. Las jóvenes anhelan encontrarse con su macho endulzado durante la ronda de la vendimia.
La caldera errante en la que se cocinan los camotes concentra mucha presión. El camotero es un emisario del crepúsculo que activa una válvula redentora. El vapor escapa con la fuerza del desahogo: del obrero, de la oficinista, de la cocinera, de mi mamá que anduvo de quehacer todo el santodía y terminó, planchando, docena y media de ropa. Por todo el vecindario, y a diferentes distancias, se presienten los suspiros prolongados.
El menú es alternativo, consiste en camotes o plátanos machos cocidos al vapor. Atemperados con alboradas de: crema y canela, leche azucarada, dorada miel de piloncillo o mermelada de naranja. O camotes al natural: de piel púrpura y pulpa blanca (camotli, en nahuatl), camotes amarillos (cozticamotli), camotes blancos (iztacamotli).
La tramoya gastronómica recorre calles de pueblos y pueblos de ciudades desde hace muchísimos años. No se sabe desde cuándo, porque esos callejones de los que hablamos tienen una historia que argamasa tiempo y espacio a través de un silbido agudo y prolongado. Tampoco se conoce de donde vienen, porque nuestras urbes no tienen límites. Resulta un misterio cuando y porqué laberinto atraviesan los camoteros del más allá. De cualquier manera: ¡siempre es un gusto!
Existen mercadólogos que pregonan que los carros de los camotes no existen. –Cierto-, es raro encontrarlos, tan extraño que, de vez en cuando, los escucho en mi cabeza, en mis sueños, y en esas calles en donde dicen, los mercadólogos, que no se hallan, y en las que nunca hallo a los mercadólogos… Y sin embargo, cada tarde, las maquinitas de camotes siguen pitando por aquí y por allá, por ese lugar que nombran como el ombligo de la luna: México.
La nota, la receta, el remedio
El camote (nombrado en otros lugares: papa dulce, batata o chaco) colabora con la salud cardiaca al favorecer el flujo de sangre a través de las arterias, disminuir la presión arterial y regular los latidos del corazón; ayuda al control de la diabetes al estabilizar los niveles de glucosa en la sangre; combate al estrés, por su contenido de magnesio; fortalece el sistema inmunológico y, al mismo tiempo, mantiene el brillo y frescura de piel y cabello, por sus vitaminas: A, C y E. Es rico en fibra, así que aliviana el tránsito intestinal. Una porción suficiente de camote, de carro de vapor, no cuesta más de 20 pesos.