Carencia y violencia, la pandemia muestra su rostro más horrendo, pero también una oportunidad histórica.
Por Omega Vázquez.
Pedí consejo para escribir las líneas que les comparto los jueves, muchas personas me están sugiriendo hablar de la realidad que está mostrando la pandemia, un fenómeno mundial que pone de manifiesto de una vez por todas los grandes vicios de la humanidad, pero también la oportunidad de reiniciar, de resetearnos en una nueva forma de vida.
Aunque es una situación mundial, definitivamente no fue igual para todos, en nuestro mismo país estado o ciudad, no todas las personas están viviendo de la misma forma este reto que nos obliga a transformarnos, a repensar y cuestionar si la vieja realidad era mejor o peor. Haciendo un ejercicio personalísimo de análisis comparativo, pensemos si la anterior normalidad nos permitía ser libres, prósperos y felices, si esa “antigua normalidad” (a la que muchos aspiran volver), representaba todo lo que es bueno y deseable o fue sólo un espejismo al cual aferrarnos por una falsa comodidad de lo ya conocido.
¿Acaso podríamos decir que la violencia, los malos matrimonios, la escasa o nula convivencia familiar, la intolerancia, la carencia económica, la falta de libertad, el odio y el resentimiento, son resultado de la pandemia ? ¿Seríamos capaces de culpar a un fenómeno del tiempo que vivimos por las grandes problemáticas sociales actuales? -probablemente sea tiempo de ser sinceros y reconocer que la violencia que está mostrando su cara más desgarradora, es el resultado de una carencia sistémica, histórica y arraigada en nuestra propia existencia.
Éste fenómeno que nos ha tocado vivir, únicamente pone la urgencia en la mesa, evidencia que el enemigo está en casa, es un monstruo que se alimenta y es empoderado por el sistema. El enemigo es la carencia.
Puede ser aquel que es mal alimentado en la infancia, ofendido, humillado, ella vejada, abandonada, viviendo en carencia, viendo a lo lejos una vida que no podrá tener, convencidos por la publicidad que la felicidad está en las cosas, en pertenencias que no puede comprar, por las que se tiene que endeudar, siempre en deuda, en el vacío, la carencia afectiva, carencia económica y además con el “mandato social” para reproducirse y tener “familia”, son componentes para la desgracia.
De aquella desesperanza, y educación tradicional, sí, tradicionalmente machista, donde el hombre no llora y la mujer se calla, de aquellos silencios nace una violencia incontrolable, la que surge en el seno de lo que llaman hogar, de lo que nos habían dicho que era el nido, el núcleo de la sociedad, la unidad de medida de la perfección: la familia.
Y es en esa familia compuesta de elementos descompuestos, tristes, formados sin acompañamiento, ¿de esa unidad esperamos perfección?.
Evidentemente lo que encontramos es la cruda realidad.
La que nos explota en la cara cuando los mandas a convivir en pequeños espacios de 6 × 4, en hacinamiento, sin suficiente alimento, con una comunicación precaria y mil problemas sin ninguna esperanza de solución.
Al mirar esa carencia, tendríamos que vernos obligados a dejar de culpar a las víctimas, dejar de culparles de su propia realidad, de su pobreza, de reproducirse, de intentarlo, dejar de culparles de su propia desgracia.
Una vez desmenuzado el fenómeno, entendiendo que el enemigo está en casa y puede crecer suficiente para matar a nuestras niñas y mujeres, a los niños y a los jóvenes, sabiendo eso, ¡sería imperdonable no buscar una solución,! Una transformación desde la cultura, educación, salud, una aceptación que el problema no es sencillo y que no funcionarán los facilismos, debemos construir la nueva realidad con todo un nuevo sistema de creencias.
Cambiar el sistema de “carencias” existente por un sistema de “creencias” totalmente nuevo, Implicará estudio, voluntad, acciones, amor y tiempo.
Pero por si no nos hemos dado cuenta, el mundo ya se encargó de ponernos en la orilla, de empujarnos hacia el vacío y obligarnos a reiniciar, es ahora y no nunca. Atender la carencia es cuestión de llenar con intangibles la necesidad de tener cosas, de llenar las almas, el espíritu y la mente, no solamente los bolsillos o las cárceles.
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