Un sabor perfumado A la sazón :: Netzahualcóyotl Ávalos Rosas

 Un sabor perfumado A la sazón :: Netzahualcóyotl Ávalos Rosas

Quiero compartirte uno de esos paisajes que me han dejado maravillado por su singularidad, por su belleza contrastante, por disponer de cultivos al estilo Campos Elíseos en espacios agrestes confeccionados en las suertes de la audacia natural. Me refiero a universos encantadoramente disparejos.

Si desciendes de Zitácuaro hacia Tierra Caliente, rumbo a Tuzantla, la carretera zigzagueante junto a pequeñas cañadas, lomas y arroyos te abrirá telones a diestra y siniestra. En ese vaivén automovilístico, los sentidos de la vista, el olfato y la temperatura se mezclan en una sensación embriagadora.

Tras decantarse del frio serrano, la tibia calidez del ambiente se regodea en la piel mientras alienta el ascenso del aroma frutal aliñado en la humedad terrena. El rubor termina por subir a tu cabeza y probable sientas un cosquilleo eléctrico en la base del cráneo.

Ya se habrán dilatado en tu mente las imágenes de arboledas simétricamente dispuestas que se precipitan desde las colinas hacia tus pupilas. Un paisaje fantástico se acentúa con las canteras que emergen de prados tersamente podados, mientras que en el altozano una dimensión paralela, con forma de ruinoso acueducto, pronuncia salmos nostálgicos.

Cada macizo vegetal, rodeado en su propio cajete, es un arrebato biológico que se agarra al suelo y a las rocas como si le fuera la vida en ello. Ante tal frenesí, su corteza se desgaja como canela y sus ramas se estiran en un gesto de arrojo horizontal que sólo encuentra tregua en el pálido verdor de sus gruesas y acartonadas hojas lobuladas. No cabe duda que es una especie que se aferra a su faena… (un día encontré, en medio de un malpaís emplazado a manera de balcón desde el Volcán Jorullo, un escueto guayabo que ofrendaba al mundo una sola fruta. Sólo un paradigma de entereza pudo sacarle jugo a las rocas ígneas).

Las huertas de guayaba que se vuelcan desde el oriente al sureste michoacano son motivo de citas mundiales. Y es que el cultivo de este fruto se localiza en confines de países como Cuba, la India o México. Se deduce que cierta magia abreva sólo en algunos calderos. No en vano, la guayaba es el fruto comercial más sustancioso, aunque paradójicamente el menos valorado del mercado.

Más allá del plátano, la fresa, la manzana, el kiwi o la sandía, cinco de las frutas más célebres de nuestro planeta, la guayaba se revela extraordinaria por absorber la mejor y mayor combinación de nutrientes proveniente de la luz, el agua, el aire y la tierra, en una síntesis prodigiosa que sólo coincide en ambientes mágicos. Y no obstante, sus frutos resultan incómodos: para el mercado (por el cuidado que implica su transporte); y para muchas personas, por el contraste entre su rígida y delgada capa exterior y lo blando de su estrato interior repleto de semillas. Al parecer, parte de la humanidad no gusta del sabor de los contrastes.

Realmente no podría sostener, en ningún caso, que una fruta sea superior a otra. Lo que me queda muy claro es que son raros los sabores que integran un perfume como lo hace la guayaba. Es a lo que llamo ofrendar una esencia extra sensitiva.

La nota, la receta o el remedio

Científicos indios reivindicaron a la modesta guayaba al atribuirle propiedades antioxidantes superiores a cualquier fruta. El Instituto de Investigaciones de Hyderabad puntualizó que en cada 100 gramos de guayaba hay casi 500 miligramos de sustancias antioxidantes. La proporción supera hasta tres veces a manzanas, naranjas o papayas, otros agentes reconocidos por su eficacia para combatir los radicales libres y fomentar la regeneración celular. En la India, la guayaba es considerada la fruta de los pobres. El doctor Sreeramulu, uno de los investigadores, prefiere referir sus riquezas, por lo que sentenció: “ninguna fruta mantiene tan alejados a los médicos”.

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Redaccion Indicio Michoacán

Redacción

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