Lo que el cáncer me ha enseñado… por Nuria Gabriela Hernández Abarca
Siempre me ha gustado hablar, a veces lo he hecho de más y ese ha sido un problema en algunas ocasiones, lo cierto es que cuando hablo siempre lo hago desde el corazón porque creo que él tiene una fuente interminable de ideas y palabras que siempre se le atribuyen al cerebro, pero que en realidad tienen su origen en el fuerte corazón, el que aguanta la tristeza y que se regocija con el amor. ¡Ese sí que es un fregón!
Hoy, en este momento de mi vida mis palabras tienen una imperiosa necesidad de salir de ahí, del corazón.
Hace más de 4 años, fui diagnosticada con cáncer de mama, la noticia fue devastadora para mí.
Preguntas, miles de ellas surgieron en mi cabeza, sin que pudiera encontrar un sentido a la noticia, lo que sé es que nadie debe recibir una noticia de esta naturaleza sola.
De repente mi vida se paró, en seco, en frio, recuerdo hasta el aire helado de esa mañana, recuerdo a la radióloga con cara de prisa y angustia pedirme que fuera urgentemente con un oncólogo, recuerdo que por un momento me sentí la más sola de este mundo, que extrañe más que nunca a mi madre, su mano en mi cabeza, y su abrazo de apapacho, y en ese instante en ese mismísimo segundo mi vida cambió.
De repente todo tenía sentido, especialmente la muerte. Mi cabeza comenzó a actuar de una forma que ni yo creía, y mi corazón le hacía segunda. De repente deje de preocuparme y comencé a ocuparme de ese asunto, siempre identifique dos caminos: el primero quedarme ahí parada, helada, angustiada y muerta de miedo; el segundo, ir a buscar al oncólogo y ver de qué se trataba el diagnóstico. En la vida hay decisiones difíciles por tomar, momentos difíciles que afrontar, retos difíciles de lograr y todo tiene que ver con la forma en la que los observamos.
El diagnóstico fue confirmado, tenía cáncer de mama en mi seno izquierdo, había que operar y así paso, un diagnóstico erróneo en la biopsia me hizo someterme a una segunda cirugía en menos de un mes. Y pues ahí estaba, en el hospital llena de dudas, terror y miedo, pero agradecida a Dios por su detección temprana. Recuerdo ver mi cuarto lleno de flores al salir del quirófano, a mi familia, a mis amores, pero lo más impactante era la cantidad de amigos que llegaron a verme, no así amigas, y eso me hace pensar dos cosas: ¡¡los hombres estaban más preocupados por mis senos que mis amigas!! ¿O mis amigas morían de terror de verse en mi espejo? Creo que la segunda es la más acertada.
El miedo es el sentimiento que irremediablemente te confronta contigo misma, que te saca de tu zona de confort, que te replantea las verdades y aquellas que tú crees que lo son, que te pone frente a frente con lo que eres, y con lo que no quieres darte cuenta que eres y es ahí cuando te confrontas con él, que en realidad entiendes que no tienes control en la más mínima parte de la forma en la que tu cuerpo fluye y decide empezar a despedirse de la vida, a transformarse como lo conocías a cambiar, y tú con él.
Cuando estoy frente a mujeres como yo, y yo como ellas, cuando me regalan unos momentos de su vida para escucharme, cuando tengo enfrente a mi amiga, a mi hermana, a la de al lado, a la de enfrente, a la diferente a mí, y a la que no lo es tanto, y les pregunto si ya fueron a revisarse, la respuesta que se repite una y otra vez es “me da miedo”.
Mi respuesta a esa afirmación es, –seguro que da miedo-, pero –más miedo da vivir con cáncer-, vivir con esa sombra pesada y obscura detrás de tu espalda, alojada en tu corazón, instalada en tu mente, en tus palabras, en cada uno de los instantes que piensas dar un paso adelante, –eso sí que da miedo-!!!
Creo que como en otras cosas, no hemos entendido que la prevención hace la diferencia entre la vida y la muerte, que el vencer nuestros miedos es el parteaguas que nos abre la puerta al futuro, que el limitarnos a cerrar los ojos esperando que el “coco” pase como cuando éramos niñas en medio de una noche obscura, solo hace que ese monstruo, el imaginario, el que ni queremos enfrentar, crezca, y lo haga tan enojado y fuerte, que seguro nos puede aplastar.
La vida con este diagnóstico tiene varios caminos, yo estoy tratando de seguir el que me haga más feliz, y digo tratando, porque todos los días es un reto, es una nueva oportunidad. Hay ocasiones que el miedo me gana, otras que le gano yo, y así nos llevamos los días en un eterno partido de resistencia pero sobre todo de resiliencia.
Lo único que tenemos seguro en la vida es la muerte, y cuando entendí ese planteamiento lo único que me quedo acomodar en mi cerebro y corazón, es que no debo y no quiero desperdiciar ningún día de los que me queden; lo jodido y perverso, es que sea de esta forma que tuve que haberlo entendido.
Hoy me queda claro que acumular riquezas te quita tiempo de vida, que acumular cariños y empatías te hace más placentero este camino y le da un sentido a todos los días, que los grandes problemas y responsabilidades que nos echamos encima, solo nos quitan aire para inhalar y exhalar con agradecimiento, amor y tranquilidad.
Nunca ha cobrado más sentido en mí la frase de: “no vale la pena”. No la vale el pelear, no la vale el envidiar, no la vale el desearle mal al otro o la otra, no la vale el pensar en el pasado que dolió pero que ya pasó, no la vale el pensar sólo en el trabajo, el pensar sólo en lo que no tengo pero que tampoco necesito, no la vale el olvidarme de mi ni de ti.
Así que siempre será mejor prevenir que vivir con miedo eterno.
Tócate, revísate, cuídate, el cáncer es curable si se detecta a tiempo.